Más de 500 profesionales de 28 países se han dado cita en el ‘3rd ANQUE-ICCE-CIBIQ International Conference of Chemical Engineering’ y el ‘1er Congreso Iberoamericano de Ingeniería Quimica’, para intercambiar experiencias y resultados de sus investigaciones, desde el convencimiento de que “la Ingeniería Química puede diseñar el futuro sostenible del planeta si se invierte lo necesario en transferir el conocimiento”.
El cambio climático, el agotamiento de los ecosistemas y la gestión del agua son los grandes retos a los que se enfrenta el planeta en el siglo XXI y para afrontarlos la Ingeniería Química es “una aliada en la búsqueda de soluciones” y en la “transferencia de los resultados a la sociedad y el medio productivo”.
Así lo han defendido en rueda de prensa el presidente de la Asociación Nacional de Químicos e Ingenieros Químicos de España (ANQUE), Ernesto Castañeda; el presidente del Comité Científico del Congreso ICCE 3, Ángel Irabien; el presidente del Congreso Iberoamericano de Ingeniería Química (CIBIQ), que se celebra simultáneamente, Carlos Negro; el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.
Juan José Rodríguez Jiménez, experto en el tratamiento de residuos y saneamiento agua, y la profesora de la Universidad de la Plata (Argentina), Noemi Zaritzky, experta en ingeniería de alimentos y tratamiento de efluentes.
Según han explicado, cubrir las demandas de los cerca de 10.000 millones de personas que formarán parte de la población mundial a mediados del siglo XXI plantea serios retos que hay que afrontar, como “el cambio climático, cómo conjugar nuestro modelo energético de desarrollo con la protección ambiental, la terrible pérdida de biodiversidad, la gestión sostenible del agua y el uso de materiales”. Ante ellos, han dicho, “la Ingeniería Química es la ingeniería mejor situada, porque la mayor parte de estos retos implican trasformaciones físico-químicas y biológicas”.
En este sentido, Castañeda ha llamado la atención sobre la necesidad de cambiar “la mirada a corto plazo y la falta de consenso acerca de cuestiones que deberían ser de Estado” y concienciarse para “pasar de la declaración de intenciones a la acción y la inversión en I+D+i”.
“Los gobernantes se fijan objetivos muy ambiciosos y tienen en la Ingeniería Química a una aliada para poder cumplirlos”, ha señalado Carlos Negro, recordando que en esta cita congresual se están celebrando simposios en los que se analiza, por ejemplo, las posibilidades del hidrógeno como fuente energética o el futuro de la bioeconomía.
Para Ángel Irabien, la reciente crisis económica ha demostrado que existen “dos formas de abordar esta cuestión: la de Francia y Alemania, por ejemplo, que incrementaron la inversión en I+D+i y son los que mejor han salido de la crisis, y la que adoptó España, que redujo la financiación”.
Pero además de la inversión pública se necesita más inversión privada, tal y como ha subrayado el profesor Rodríguez Jiménez. “La mayoría de las tecnologías que no pasan de emergentes a implantadas son tecnologías para tratar, no aguas residuales municipales, sino aguas residuales industriales, de empresas privadas”, ha indicado, recordando que, por ejemplo, en el caso de Japón “el 80% de la inversión en I+D+i es privada y se realiza por una cuestión de concienciación”.
Descontaminación de las aguas
En la lucha de la financiación se encuentra inmersa en estos momentos la profesora Zaritzky, que lidera un proyecto sobre el quitosano, un biopolímero que se obtiene de crustáceos y tiene numerosas aplicaciones en áreas como la medicina, la biotecnología y en el tratamiento de aguas con alta concentración de arsénico o contaminadas con petróleo.
“Estamos intentando que pueda ser transferible a la sociedad. Ya tenemos varias publicaciones y ahora estamos peleando para conseguir inversores para una fábrica de quitosano en la Patagonia y conseguirlo a bajo coste. Mientras tanto nosotros seguimos investigando en posibles aplicaciones para tratar de tentar y aumentar el mercado del biopolímero”, ha explicado.